Me coloqué a pensar (a veces lo hago) a propósito del volcamiento del Costa Concordia, en lo cada vez más común que son las embarcaciones monstruosas en los mares del mundo. Ya no es algo extraño como para hacer una serial al estilo “Crucero del Amor” . Y eso, por supuesto causa un alto impacto producto del combustible que se utiliza para navegar.
De hecho, el Centre of Excellence for Coral Reef Studies ARC y la Universidad James Cook de Australia, aseguró que las altas concentraciones de C02 en el mar - más de 2.300 millones de toneladas anuales- “ afecta la habilidad de los peces para oír, oler, moverse y escapar de los depredadores”, situación que se agravará con el paso del tiempo.
Al cambiar la acidificación de los océanos los peces van deteriorando sus sentidos, pudiendo perder el olfato y el oído, síntomas que los expertos señalaron ser la evidencia de un trastorno a todo el sistema nervioso central. Además, señalaron, que era el propio dióxido de carbono el causante que especies como el paz payaso o la doncella amarilla y demás peces de arrecife, los que afectados por la contaminación no pudieran escapar ante el ataque de los depredadores que son más resistentes ante este tipo de tóxico.
Quizás ante el accidente, que nos retrotrajo a la antigüisima tragedia del Titanic, se deba comenzar a pensar en los contras que tiene trasladar una ciudad por los mares del mundo con toda su carga de basura y desperdicio.
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