La siniestra aventura ha acabado por dejarle sin hermano y casi sin vida. Pero pudo contarlo, y la historia no tiene desperdicio porque, aunque parezca increíble, su protagonista logró sobrevivir gracias a la ayuda de un tiburón, que empujó su barco a la deriva hacia otro barco que pudo rescatarle.
Fueron 106 días de angustia, de mirar a la muerte cara a cara. Toakai Teitoi, un policía de 41 años de Kiribati, un archipiélago al noreste de Australia, nunca olvidará el funesto episodio que le arrebató a Falaile, su querido hermano de 52 años, fallecido junto a él por deshidratación. Estaban perdidos en medio del Pacífico, rodeados de agua por todas partes pero, paradójicamente, no tenían ni una gota de agua para beber. En aquél océano de desesperación, sólo hubo un buen samaritano de colmillos afilados y buen corazón que consiguió inclinar la balanza del lado de la vida.
Todo empezó de la manera más tonta. Los dos hermanos estaban a bordo de su pequeña embarcación el pasado día 27 de mayo, pescando como de costumbre. Mientras las cañas hacían su trabajo, decidieron echar una cabezadita que se convirtió en una pesadilla real.
Todo empezó de la manera más tonta. Los dos hermanos estaban a bordo de su pequeña embarcación el pasado día 27 de mayo, pescando como de costumbre. Mientras las cañas hacían su trabajo, decidieron echar una cabezadita que se convirtió en una pesadilla real.
La locura se desató cuando despertaron y se vieron perdidos en medio del océano, con algo de comida, pero sin combustible y casi sin agua. A partir de aquella fatalidad, se sucedieron un rosario de infortunios.
Los días transcurrían como una cuenta atrás hacia una muerte segura, tal y como le ocurrió a su hermano el 4 de julio. Esa noche permaneció abrazado a su cuerpo inerte, “como en un funeral” y a la mañana siguiente lo lanzó a las aguas para darle su último adiós.
Un escualo salvador
En medio de tanta negrura, el atribulado Toakai tuvo suerte en dos cosas, en realidad las más importantes para la supervivencia. Primero consiguió recoger agua dulce en unos bidones gracias a unas providenciales lluvias, mientras su definitivo golpe de suerte vino cuando se temía lo peor, justo al notar que aquel tiburón parecía haberla tomado con él con fines gastronómicos bastante poco amistosos.
Nada más lejos de la realidad. Con su apariencia de temible asesino, el escualo acabó siendo una auténtica hada madrina que hizo de su triste historia un cuento con final feliz. También en esta ocasión estaba durmiendo cuando, aquel 11 de septiembre, el tiburón le despertó con sus golpes contra el casco de la nave y, milagrosamente, parecía dirigirse hacia algún lugar. “Estaba guiándome a un barco de pesca. Miré hacia arriba y allí estaba la popa de un barco, incluso pude ver a la tripulación con los prismáticos mirándome”, relata el agradecido Tokai.
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